A mi padre, de quien no podría sentir mayor orgullo.
Realizaron el Servicio Militar Obligatorio en abril de 1975. En el Liceo Militar -ex Reg. 12 de Infantería-, se les descubrió una placa conmemorativa. Pasó medio siglo de aquella experiencia y hoy se siguen tratando como “hermanos de la vida”.
A mi padre, de quien no podría sentir mayor orgullo.
Era viernes al mediodía en el Liceo Militar “Gral. Manuel Belgrano”. El sol otoñal acariciaba los rostros, esos rostros fileteados por las arrugas. De a poco iban llegando y se reunían en la entrada: “Che, qué olor a veterano que hay acá...”, bromeó uno. “Viejo, dejá de fumar, ¡ya no sos un pendejo!”, retó otro. Eran los ex colimbas de la Clase ‘54.
La Clase ‘54 -nacidos en 1954-, Comando de Artillería 121, realizó el Servicio Militar Obligatorio (SMO) en abril de 1975, justo ahí, en el Liceo, que por aquel entonces era el Regimiento 12 de Infantería de la ciudad de Santa Fe.
Los ex Co-Lim-Bas -“Corre/Limpia/Barre”, de allí la expresión, nacida quizás de voz de algún militar malhumorado- cumplían 50 años de aquella experiencia, de haber hecho el servicio que el Estado les ordenaba. Aquellos fueron años duros.
Pero 50 años es medio siglo. Entonces, este aniversario ameritaba un reconocimiento. Así, los recibió el Director del Liceo, Coronel Juan Pablo Queiruga, el Subdirector, Teniente Coronel Martín Bilibio, el Jefe del Cuerpo de Cadetes, Teniente Coronel Leonardo Dedic, Personal de Cuadros y Tropas. Se les iba a descubrir una placa conmemorativa.
Y cuando todos acaso esperaban unas breves palabras del director y el descubrimiento de la placa -y no mucho más-, apareció la sorpresa. De repente, la Banda del Liceo Militar hizo su aparición, con la música sonando con todo. Los acompañó además una formación de suboficiales y soldados voluntarios muy jovencitos.
Pero luego, como si eso hubiese sido poco, fue el turno del Cuerpo de Cadetes, y también los alumnos liceístas a rendirles un homenaje. Los llantos de emoción abundaban, los celulares filmaban para guardar ese recuerdo. Hubo una recorrida luego por el Museo del Liceo, y palabras muy afectuosas del Coronel Queiruga.
“Ustedes tienen mucha propiedad acá, en este lugar”, les dijo el Coronel Queiruga a los muchachos de la Clase ‘54. “Gracias por acordarse de sus cuarteles, más allá de quién esté en este acto. Por algo los cuarteles trascienden, pero ustedes vuelven a este lugar donde hicieron el SMO: ustedes son un ejemplo para nosotros”, enfatizó.
La emoción estaba a flor de piel. Las placas de reconocimiento dicen: “50° Aniversario Clase ‘54. Abril de 1975 - abril de 2025, Comando de Artillería 121, Santa Fe. Aquí se forjó la amistad de los soldados Clase ‘54. En memoria de los que ya no están con nosotros”.
Después, Queiruga les dirigió un mensaje a los cadetes, que se formaron para también rendir su homenaje a esos ex colimbas que estaban allí, detrás del coronel, llorando el pasado, emocionados del presente.
“Los hombres que tienen aquí delante de sus ojos -dijo el director a los cadetes-, fueron soldados mucho antes de que este lugar fuese Liceo. Para todos nosotros, recibirlos aquí es un honor. El Cuerpo de Cadetes les rendiría honores porque, para Queiruga, esos hombres de juventud aumentada (tienen 70 años), “tienen una parcela ganada” en ese lugar.
“Cuerpo de Cadetes: subordinación y valor ¡para defender a la Patria!”, fue el grito enorme y generoso de los jóvenes cadetes. Y los “viejitos” se enjugaban las lágrimas, y sus familiares también, y entonces todo cobró sentido: aquella experiencia, ese aprendizaje de la colimba, aunque difícil, valió la pena: la valió de sobra.
Pero, ¿cómo puede ser que 50 años después, este grupo de ex colimbas sigan reuniéndose, cultivando la amistad, en las buenas pero más aún en las malas? ¿Cómo y por qué, si viven en distintos puntos de la provincia, a lejanas equidistancias, al menos tres veces por año se reúnen?
“El motivo por el cual después de 50 años hizo que nos convirtamos en hermanos de la vida es quizás que el momento en que nos tocó cumplir con el Servicio Militar; era una situación complicada”, coinciden en diálogo con El Litoral Rubén Andreychuk, José “Pepe” Costa, Erico Huber, Antonio del Pino y Jorge Salas, integrantes de la “gloriosa” Clase ‘54.
Aclaran que en el grupo no hay “líderes”, que son todos iguales, y que ellos sólo hablan en representación de la Clase ‘54.
Es que la realidad del país, previo a la última dictadura cívico-militar en la Argentina, era muy oscura, trágica. A ellos les tocó eso. “Los grupos armados nos tenían a los colimbas en la mira; pero además, era vivir con esa incertidumbre de lo que podía pasar día tras día”, ponen en contexto.
Entonces, toda aquella vivencia tan difícil fue fortaleciendo la camaradería. “Era saber que dependíamos del que teníamos al lado, y que el que estaba al lado nuestro dependía de lo que nosotros hiciéramos”.
“Una enseñanza que nos dejó el SMO es que se igualaban los valores: había muchachos de distintas clases socioeconómicas, pero ahí adentro todo eso quedaba de lado: éramos todos iguales, teníamos que defendernos, cuidarnos el uno al otro, y eso también es una de las verdaderas enseñanzas que rescatamos”, afirman los ex colimbas.
Después del reconocimiento recibido, había que festejar. Estos “jóvenes de ayer”, parafraseando a Charly García -”que se abrazan todo el tiempo y lloran el pasado como vieja en matiné”-, ya habían alquilado unas cabañitas y un quincho; habían comprado la comida y la bebida; y habían preparado el bandoneón y la guitarra para la “peña colimbera”.
“‘El Negrito’ es el asador oficial del grupo. Un ‘troesma’”, decreta un ex colimba, señalando la cocina. Y allí estaba el “dueño de las brasas”, preparando con cautela y parsimonia lo que sería el primer asado, el del almuerzo. “Si se seca, los muchachos me cargarán un año de punta”, bromea el asador oficial, mientras controla la intensidad del fuego.
Adentro, las charlas son diversas. En los primeros encuentros -hace unos 20 años; luego, con WhatsApp, todo fue más fácil en lo que es la coordinación de los encuentros-, principalmente se recordaban anécdotas de aquellos meses de la colimba.
Hoy, si bien las remembranzas aparecen, lo que predomina en las charlas son los nietos; los hijos, la salud de cada uno, con los achaques propios de la edad; las pérdidas, los duelos y las pequeñas alegrías diarias; la memoria de los compañeros que ya no están, que partieron de este mundo pero, por sobre todas las cosas, la amistad.
El Servicio Militar Obligatorio les dio acaso un sentido de pertenencia de grupo; la noción de camaradería, de hermandad y cofradía. Hay hijos y parientes que los acompañan en esa reunión. Son una suerte de “continuadores” de un legado que es de ellos y de nadie más.
Sin ir más lejos, uno de los hijos de un ex colimba del grupo, que lamentablemente falleció hace poco, los filma todo el tiempo con una pequeña cámara. No se quiere perder nada: es que tiene la idea de realizar un documental sobre la Clase ‘54, porque “esto es un caso atípico: medio siglo juntos…”, confiesa Alejandro, el hijo.
Más tarde vendrá la música. En las mesas no corría la soda, sino el vino compartido y la cerveza artesanal. Sergio al bandoneón y “El Seba”, guitarrista y cantor de folklore que ostenta un vozarrón envidiable, arrancan con las zambas y las chacareras. Los jóvenes de ayer aplauden, hacen bromas, se ríen, se abrazan. Se tratan de hermanos.
Por la noche, otro asado de cena. Algunos se habían tirado una siestita para reponer energías. Suena una cumbia de lejos (santafesina, claro). Las charlas no se interrumpen, las bromas tampoco. La amistad en la Clase ‘54 no conoce ya del tiempo, más aún: se le ríe a carcajadas a la implacable tiranía de las agujas del reloj.
Los ex colimbas dormirán en las cuchetas de las cabañas. Y al otro día, bien temprano, se levantarán, con un mate, unos bizcochos duros que quedaron del día anterior, y limpiarán todo: las habitaciones, el quincho, los platos y vasos usados.
Uno agarra la escoba, otro el trapo de piso y el balde con agua y lavandina, otro la esponja con detergente del lavabo de la cocina. “Corre-Limpia-Barre”. Y se despedirán con un abrazo, ya estimando un próximo encuentro, pero sin apuro. Porque la amistad, esa amistad, puede esperar: ya le ganó al tiempo.
Cabe recordar que el Servicio Militar se implementó desde 1901 (Ley Riccheri) y se suspendió en 1994, luego del caso del conscripto Omar Carrasco, que fue torturado y asesinado.
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