Helmut Ditsch y su obra más monumental, hecha de espacio y tiempo
El artista argentino mejor cotizado, célebre por sus cuadros hiperrealistas de gran formato que retratan montañas y glaciares, entre otros escenarios naturales, terminó una película dedicada a su madre y su esposa, ambas fallecidas muy jóvenes. En diálogo con El Litoral, este renacentista del nuevo milenio repasó sus técnicas, sus experiencias sensoriales, y las emociones que lo animan.
“Yo pintaba naturaleza, pintaba el glaciar y las montañas argentinas en grandes formatos, cuando era el momento de hacer arte conceptual. Evidentemente no vendía nada. Y ahí me volvió esa imagen de Marion que me decía: ‘Tenés que hacerlo porque esto en 20 años va a tener su lugar. En 20 años lo va a entender la gente’”. Foto: Gentileza del artista
En 2024, Helmut Ditsch (San Martín, provincia de Buenos Aires, 1962) se volvió noticia cuando HPH Privatstiftung (Hans Peter Haselsteiner Fundación Privada), entidad del propietario de Strabag, una de las empresas constructoras más importante de Europa, con sede en Viena, pagó 1.615.900 euros por un cuadro monumental e hiperrealista del glaciar Perito Moreno. Esto lo convirtió en el artista argentino que más caro ha vendido su trabajo, superando por tercera vez su propio récord.
En 2010, su pintura “El Mar II” fue adquirida por 865.000 dólares, superando en ese momento el récord de la obra más cara de un artista argentino (“Desocupados” de Antonio Berni). Años más tarde, en 2016, su monumental obra “Cosmigonón”, que recrea también al glaciar Perito Moreno -uno de los principales motivos de la obra de Ditsch- (de 7,30 metros de largo por 2,73 de alto), adquirida por otra empresa europea en 1,5 millón de dólares, consolidando su posición como el pintor argentino más cotizado.
La HPH Privatstiftung, que posee una colección de arte compuesta por 8.000 obras bajo el concepto de mecenazgo, se asoció con Ditsch comprando, además, un porcentaje del resto de sus obras que suman un 49%, quedándose el artista con el 51% y el derecho a venderlas cuando y a quién lo considere, compartiendo con el inversor las ganancias que correspondan. Este hecho, sumado a la obra vendida que instala nueva marca, da una inversión total de 5.560.000 euros por parte de la fundación austríaca, país donde Helmut se formó, vivió y todavía conserva uno de sus atelieres (el otro está en Vaduz, Liechtenstein).
Pero la vida de este germano-argentino está hoy bastante alejada de los pinceles, tras pasar siete años dedicado a su debut como cineasta, en un proyecto ambicioso que homenajea a su madre (Inge) y su esposa (Marion), fallecidas muy jóvenes, antes de este presente de notoriedad y reconocimiento. Con este disparador, El Litoral conversó con Helmut, por estos días de visita en el país para impulsar el estreno de la película; pero la conversación recorrió su técnica pictórica, su relación vivencial con la naturaleza, y sus inquietudes en la era digital.
“El proyecto es fantástico, pero tenés que hacerlo vos eso. Vos sos el único Helmut que puede hacerlo: sos es el original. Aparte sos artista. Te recomiendo que la dirijas vos, en lo posible hacé todo vos”, le recomendó Viggo Mortensen. Foto: Gentileza del artista.
Tributo audiovisual
-¿Cómo fue este salto al cine, y cómo nació esta inquietud?
-En 2009 falleció mi esposa, muy joven, de cáncer de mama: la misma enfermedad que tenía mi mamá cuando falleció; ambas a la misma edad. A partir de 2009 me costó volver a la pintura; lo intenté del 2010 para adelante, y estuve prácticamente diez años sin pintar.
Mi esposa me había pedido antes de fallecer (fueron sus últimas palabras) que entregue sus cenizas a la naturaleza. Y comenzó un viaje que era buscar el lugar para darle su última morada a Marion. Recorrí primero los Alpes, pensando que, como ella era austríaca, que ese era el lugar; pero era muy difícil, no me dio un lugar exacto.
Tuve que acudir a mi instinto y a todo mi aparato sensorial para que me indiquen el lugar correcto: para eso recorrí 11.000 kilómetros en la cordillera de los Andes, desde Chaltén por la ruta 40. Fui subiendo hasta Catamarca, hasta los volcanes más altos de la tierra, hay todo un grupo; está el Ojos del Salado, los Bonetes.
Hay una autopista que sube hasta casi 5.000 metros, que está asfaltada, está clausurada porque no se mantuvo más: la quebrada de Laguna Verde: es un lugar increíble que está en Catamarca o ahí en la frontera. Hay que entrar a ese lugar por un cañadón que, si llueve, si cae morena, es muy peligroso; por eso no se puede entrar sin guía.
No me presenté en la Municipalidad, en ningún lugar. Había un puesto, pero los guías de Gendarmería estaban durmiendo: tenían una pinta de haberse comido un asado y haberse tomado una damajuana cada uno (risas), porque estaban tirados debajo de un árbol. Escucharon el auto, evidentemente, yo paré, los tipos no se levantaron y dije: “Sigo”.
Me metí a ese lugar increíble, cuando empecé a subir era todo ripio, hasta que empieza otra vez el asfalto y sube hasta 5.000 metros de altura. Es increíble. Hice noche ahí, por suerte fui con un auto naftero; porque a la noche bajó la temperatura a casi 20 grados bajo cero, y con un diésel no lo encendés a esa temperatura.
Estaba absolutamente solo, pero con las cenizas de Marion, y dije: “Este es el lugar”. Caminé un poco por ese lugar increíble, dibujado por las erupciones volcánicas y la erosión continua de millones de años. Que lo convierten en un páramo absolutamente suave: no hay formas bruscas, todo está erosionado y todo es suave; y los colores a flor de piel, todos los encendéis minerales, el azufre, el hierro, el cobre.
Cuando estuve a punto de dejar sus cenizas sentí una angustia que no sabía si venía por la despedida. Una angustia que se relacionaba con injusticia. Empezó a caerme un pensamiento: “Es injusto dejar sus cenizas y que el mundo no sepa que ella está aquí”. La mujer que acompañó mi carrera: sin Marion yo no hubiese podido tener el éxito que tuve, porque fue ella la que me impulsó a hacer pinturas que no eran para vender; en un momento donde la pintura estaba fuera de la moda, estaba en contra del dogma académico.
Yo pintaba naturaleza, pintaba el glaciar y las montañas argentinas en grandes formatos, cuando era el momento de hacer arte conceptual. Evidentemente no vendía nada. Y ahí me volvió esa imagen de Marion que me decía: “Tenés que hacerlo porque esto en 20 años va a tener su lugar. En 20 años lo va a entender la gente”.
-Ella “la vio”.
-Pero ese momento no lo vivió. Porque todo el éxito empezó a venir ya cuando ella se enferma, estuvo peleándola: con todo tipo de medicinas alternativas primero, después quimio. Pero la primera venta grande se dio mágicamente un año después de la muerte de Marion, en 2010. Que fue algo mágico también porque yo me había quedado sin dinero: estuvimos con tratamientos, la prioridad era su salud; estuvimos mucho tiempo con eso y tampoco pintaba los últimos años.
Esta obra que se vendió hace un tiempo, era un proyecto de 2008 inconcluso, de cuando dejé de pintar, un año antes del fallecimiento de Mario. Ahí tenía esta obra de 2 x 12 metros, había hecho un dibujo nomás, y quedó ahí el proyecto.
“Sin Marion yo no hubiese podido tener el éxito que tuve, porque fue ella la que me impulsó a hacer pinturas que no eran para vender; en un momento donde la pintura estaba fuera de la moda, estaba en contra del dogma académico”. Foto: Gentileza del artista
Sabio consejero
-Hablabas de la sensación de injusticia.
-Cuando me vino ese pensamiento dije: “No, este no es el lugar para las cenizas de Marion”; durante el viaje de vuelta sus cenizas estaban conmigo. Empecé a ver que la última morada de sus cenizas tenía que estar en una obra de arte, donde todo el mundo pueda tener acceso: a esa obra de arte y a ese a ese lugar, que iba a estar en una obra de arte.
Y la obra de arte enseguida me apareció que tenía que ser cinematográfica. Y a partir de ahí empecé a escribir un guión; la última escena (sin spoilear la película) era haber encontrado el lugar en donde iban a quedar las cenizas.
Así fue que arrancó un proyecto muy ambicioso, al principio era una cosa que pensé que era más simple, más chica. Que era para un actor, porque no iba a ser un documental: no podía documentar la entrega de las cenizas de Marion en la naturaleza; sino contar una historia, hacer una ficción basada en la biografía.
Pensé quién podía hacer de Helmut, algún gringo que hable castellano. Y ahí se me ocurrió Viggo Mortensen, Aragorn: habla porteño, es un fan del fútbol (si bien de otro club: yo soy de Boca, él de San Lorenzo), está vacunado por la pasión del fútbol argentino. Le escribí un mail como si lo conociera, nunca lo vi personalmente; tampoco con la esperanza que me conteste. Me contestó al toque, se ve que me conocía, conocía mi obra. Y me dijo: “El proyecto es fantástico, pero tenés que hacerlo vos eso. Vos sos el único Helmut que puede hacerlo: sos es el original. Aparte sos artista. Te recomiendo que la dirijas vos, en lo posible hacé todo vos”.
Cuando le mandé la sinopsis, le conté que era algo muy personal y que era un homenaje a mi mamá y a Marion. Él fue quien me motivó a replantear todo el proyecto y a darme cuenta de que esto se iba a convertir en mi primera obra cinematográfica, mi opera prima, en donde me di el lujo de poder hacer todo.
El lujo porque fue un viaje maravilloso el poder escribir la obra, actuar, hacer el casting, elegir a los que me acompañaron; armar un equipo fantástico de técnicos jóvenes que me siguieron. Y los siete años que tardó la película son parte también de mis grandes formatos: las cosas chicas no me salen (risas). Aunque haga cosas chicas necesito tiempo, y esta película llevó siete años.
-¿Cuándo se estrena? ¿Cómo sigue el camino de la película?
-Está lista, acabo de terminar la postproducción. Se va a estrenar en breve. Justamente vine a Buenos Aires para el Bafici, el Festival de Cine Independiente: como soy el productor de la película, es para los festivales de cine independiente también. Incluye, por supuesto, también los festivales de cine A que son los más importantes, pero estoy en Buenos Aires para hacer contactos y ver cuál de los festivales de cine me conviene más.
Sí, me tomo tiempo también con eso. Tengo tiempo, no tengo ninguna deadline porque no le debo nada a nadie. El único problema es que me quedé sin un mango; pero estoy feliz porque estoy súper capitalizado, y todo el capital se fue a la película.
No pensé que iba a costar tanto: casi seis millones de dólares, de un presupuesto inicial que eran 800.000. Pero yo había vendido estas obras y con eso pude realizar este sueño.
“Los siete años que tardó la película son parte también de mis grandes formatos: las cosas chicas no me salen (risas). Aunque haga cosas chicas necesito tiempo, y esta película llevó siete años”. Foto: Gentileza del artista
Estímulo vital
-Habías parado de pintar. ¿Cómo fue reconectar con tu parte pictórica después de la muerte de Marion?
-La película fue la musa que me motivó a pintar. Escribí en el guión que Helmut vuelve a pintar. Y tuve que poner a pintar de nuevo. En el guión de mi vida existía todavía un capítulo en que no era tiempo de terminar mi carrera pictórica, sino que debía hacer un cuadro más. No sé si es mi último cuadro, pero hice ese último cuadro para la película: es una obra de 2 x 7 metros, el glaciar Perito Moreno, y esa obra está perfectamente documentada desde el lienzo blanco hasta el final.
Y en ese viaje qué hago de pintar esa última obra pictórica pude reconciliarme, si querés. Pero no tuve tiempo de volver a pintar en formatos grandes; hice pequeñas obras, porque necesito vender algo, me quedé sin dinero. Así que si alguno de ustedes quiere comprar un cuadrito ahora están en oferta (risas): no tengo obras, pero tomo pedidos. Ahora es el tiempo de invertir en un Ditsch.
-Decías que ella te estimuló a pensar en formatos grandes, en hiperrealismo, en la naturaleza, en los glaciares, en una época que no se hacía.
-El gran formato ya estaba en mí: mi pintura se iba a manifestar en grandes formatos. Pero estaba ante el dilema de que esas obras no son para vender: son obras para que las tenga la humanidad, que pasen a un museo. Pero jamás fueron pensadas para la venta. Nosotros estábamos casados, no teníamos dinero.
-Tenías que trabajar en una cosa que no te iba a dar ganancias.
-Exacto, pero yo estaba casado y le quería ofrecer una vida digna de casados, de poder ir de vacaciones. Nunca tuvimos esa oportunidad. La gente cree que la tuve fácil de entrada, pero no es cierto: eso vino después de mucho esfuerzo, y gracias al apoyo incondicional de Marion, que fue una persona absolutamente austera, de perfil bajo, y siempre cuidando de que yo tuviese todo para pintar: “Dale para adelante, está buenísimo”. Fue mi mayor fan.
Por eso le debo a ella un monumento. Y se lo debo también a mi madre, que no pudo verme como pintor. Necesitaba hacer esa obra cinematográfica, más que nada para mí: fue la terapia para poder cerrar el duelo. En la última escena se cerró mi duelo: me curé y pude volver a respirar bien.
“Haber visto por primera vez el Atlántico me quedó grabado, fue el primer impacto fuerte que tuve en mi vida; mi cerebro no podía entender tanta belleza. Ese fenómeno natural es el primero que me sedujo”. Foto: Gentileza del artista
De primera mano
-¿Cómo nace tu vínculo con esos espacios? Sos montañista, tenés toda una vinculación con esos paisajes por ese lado. ¿Cómo esa temática y ese estilo de representación de la naturaleza te fueron ganando?
-Creo que todos tenemos una añoranza cósmica, que está dentro de nuestro ADN o nuestra genética. El primer gran fenómeno natural que me sedujo, me impactó, que me voló la cabeza, fue la primera vez que vi el Océano Atlántico. La primera vez que superé los médanos, con mucho esfuerzo (porque habré tenido dos años, un año y medio) me arrastraron por los médanos para ver, y yo escuchaba esa cosa increíble, la rompiente del otro lado de los médanos, no se veía el mar.
Estoy hablando de Villa Gesell, de los años 60, cuando existían todos los médanos todavía y no existía la ciudad; eran todas casas más bajas que los médanos. Y haber visto por primera vez el Atlántico me quedó grabado, fue el primer impacto fuerte que tuve en mi vida; mi cerebro no podía entender tanta belleza. Ese fenómeno natural es el primero que me sedujo; por eso soy nadador, mi primer deporte de competición fue natación. Y siempre disfruté el Océano Atlántico, es mi lugar.
Tuve una mirada mística de la vida a partir de la muerte de mi mamá, creo que desde los siete años empecé a hacer las cosas con una visión mística. Yo no me daba cuenta porque era un niño; pero ahora que hago un análisis de todo mi camino, lo que estaba haciendo era ver si encontraba un lugar en donde no solamente podía reencontrarme con mi mamá de alguna forma; sino que sentía que había un vínculo entre la Pachamama, la naturaleza, el fenómeno mágico que me voló la cabeza cuando vi el Atlántico; las altas cumbres.
“Tomé consciencia de la pequeñez otra vez. En el mar, por supuesto. Pero uno ve la montaña, cree que la puede conquistar; y en realidad la montaña es la que te deja subir, si tiene ganas. Si el viento y todo se ponen de acuerdo, te dejan subir”. Foto: Gentileza del artista
Y cuando vamos viajando hacia la cordillera a veces está muy nítida: se puede ver desde San Luis los glaciares del Tupungato, el Aconcagua. Pasa que la mayoría de la gente no sabe que esa puntita blanca que se ve es parte de la pared sur. Desde 200 kilómetros antes uno ve solamente los glaciares, no ves la montaña. Lo que lo que me atraía es ver esas “nubes”, pero que tenían cantos, filos: un dibujo que a medida que íbamos acercándonos se mistificaba más, porque eran gigantes: eran realmente la morada de los dioses esas cumbres.
Yo quería subir ahí. Ni bien tuve la edad para tener el permiso de mi papá (19, 20 años) me subí al Aconcagua: la primera montaña que subí ya fue la más alta, y en el primer intento hice cumbre. Así que estaba la montaña me estaba esperando, me dejó subir: fue un momento absolutamente movilizador. Creo que la primera vez que lloré de felicidad fue en la cumbre del Aconcagua, cuando tuve otra visión del mundo y de la vida desde los 7000 metros. Tomé consciencia de la pequeñez otra vez. En el mar, por supuesto. Pero uno ve la montaña, cree que la puede conquistar; y en realidad la montaña es la que te deja subir, si tiene ganas. Si el viento y todo se ponen de acuerdo, te dejan subir.
Pero una vez que estás arriba, si no tomás conciencia de la única chance que te presentaba... porque era consciente que fue casi milagroso que haya podido subir en ese momento, y muchas otras expediciones no; y que lo iba a poder hacer ahora y tal vez dos veces más, pero que es algo que se tiene para una vez. Entendí el valor de la vida: eso fue lo que aprendí. Y lo que me ayudó mucho a la hora de irme a Europa, cuando seguí mi instinto de que mi carrera iba por otro lado: no era en Buenos Aires, sino que tenía que irme. Me ayudó esa experiencia en la montaña mendocina, y en las escaladas que hice en Patagonia, en hielo, para montarme a esa nueva aventura que iba a buscar, mi camino como pintor en Europa.
“No existe una pintura realista, con densidad de trazo tan denso y homogéneo como la mía. Pero requiere de muchísimo esfuerzo físico y psíquico y tiempo; de muchísimas horas de trabajo”. Foto: Gentileza del artista
Viaje vivencial
-¿En qué momento te diste cuenta (antes de eso) de que el arte era tu forma de vida?
-Porque no tenía otra forma de expresarme, era lo único que sabía hacer bien. Era malo para todo, pero podía pintar, y podía tocar un piano sin haber estudiado música; y podía cantar, y me gustaba bailar; era buen atleta y quería hacer ballet. Hice películas cuando era adolescente y agarré la cámara de mi papá, ya escribía los primeros guiones: las ganas de hacer cinematografía, de hacer moda, las tenía desde chico.
Pero era como juegos para mí, era lo que a mí me divertía. Pintar era un juego; con el tiempo, el método y la rutina de trabajo se convirtió en la profesión. Y como fue tan exitosa... No, no fue exitosa: me empeciné en hacer algo que nadie había hecho; no por querer ser mejor que nadie, sino que yo quería tener mi lugar en el mundo de la pintura. Que era para mí, no para mostrar, sino mi lugar.
Y me di cuenta, al analizar todo lo ya se había hecho en pintura, que lo que a mí me quedaba era hacer pintura muy realista, pero en gran formato y solo: no con un equipo de trabajo, que uno pinta las nubes, el otro pinta las montañas, el otro pinta el cielo. Así eran los trabajos de grandes formatos antes. No existe una pintura realista, con densidad de trazo tan denso y homogéneo como la mía. Pero requiere de muchísimo esfuerzo físico y psíquico y tiempo; de muchísimas horas de trabajo.
Primero era contra todo el academismo, porque los profesores decían que no se puede trabajar más de tres horas inspirado; porque el artista solamente está tres inspirado. No sé qué tipo de artistas eran ellos, pero yo venía de otro palo: no venía de drogarme o tomar alcohol. Después entendí esto estos hombres (eran todos hombres en esa época los profesores) solían bañarse en estupefacientes: si no estaban borrachos, estaban fumados. Entendí: tres horas, porque el cuerpo necesita su tiempo para deshacerse de todas las toxinas, hasta estar en un momento lúcido y poder plasmar la obra.
Pero mis estimulantes eran la dopamina, la adrenalina y la endorfina que me generaban el pintar, y la base atlética que tuve y que tengo: siempre seguí haciendo deporte. Eso me ayudó muchísimo en la técnica, en poder hacer los grandes formatos, y soportar el dolor físico y psíquico que significaba estar 36 horas sin dormir y sin comer delante de un pedazo de lienzo.
-¿Cómo era plasmar la idea, y llevarla después al detalle?
-Todo parte de una vivencia, no de una observación. Eso no es el Atlántico que vi, el que pinté; cuando pinté el Atlántico lo había nadado, había barrenado en las olas, estaba detrás de la rompiente nadando. Tuve que apropiarme de la vivencia de nadar en el Atlántico.
Lo mismo me pasó en la montaña: al Aconcagua lo pude pintar diez años después de haberlo escalado. No pude pintarlo antes: necesitaba primero apropiarme de toda esa vivencia que fue muy fuerte, muy emotiva. Necesitaba un tiempo para que eso decante en mí. Pero el Aconcagua que pinté es mí Aconcagua, el que me llevé en mi ser. Es mi Aconcagua, no es el tuyo. Lo que estás viendo es mi glaciar.
“La foto hace simplemente una documentación de ese fenómeno natural; y lo que yo estoy haciendo es una traducción de una vivencia que tuve en ese glaciar; que es similar, no es la misma, cada uno siente otra cosa”. Foto: Gentileza del artista
Intento buscar el denominador común; creo que lo encuentro, porque veo la reacción de la gente cuando me dice: “El glaciar es más real que la foto que le saqué”. Ahí me doy cuenta y les digo: “Es imposible”. Porque una foto tiene 10.000 detalles más; lo que estoy haciendo es una síntesis del detalle.
Pero la diferencia es que la foto hace simplemente una documentación de ese fenómeno natural; y lo que yo estoy haciendo es una traducción de una vivencia que tuve en ese glaciar; que es similar, no es la misma, cada uno siente otra cosa. Pero el denominador común que nos moviliza es el mismo, porque soy un simple ser humano como vos y como todos. Es imposible que no nos guste la naturaleza, porque si no nos gusta estamos realmente perdidos.
-A pesar de que hoy estamos muy mediados, y conocemos muchas cosas por pantallas que por experiencia.
-Sí, es un tema que me preocupa mucho. Porque si bien hay muchos jóvenes que hacen deportes extremos, esos deportes tienen mucho que ver con la cámara, con que sean filmados, Hay algo de narcisismo dentro de eso, de que sea mostrado.
En el alpinismo (como se hacía) la cámara de fotos que uno lleva tal vez es para documentar, si uno hace una ruta virgen, para después anotarla en el campo en el Club Andino de Buenos Aires o en el Club Andino de Mendoza. Dar esa información que se documenta con una foto. Pero no para hacer un álbum de egocentrismo.
No tengo mucha fe. Yo también hace años pensé que hay muchas ventajas en las redes sociales que antes no tenía. Porque me puedo comunicar con vos, esta entrevista la estamos haciendo por WhatsApp; pero en el momento los dueños de WhatsApp se guardan todo esto: ellos saben lo que estamos hablando.
Lo mismo pasa con TikTok: pensamos que estamos entre nosotros, pero sabemos que nos están mirando, sabemos que están tomando informaciones. Pero tiene un efecto tan narcotizante que no nos damos cuenta del peligro de exponernos así. Y por eso estoy preocupado.
Son las redes las que hacen ganar elecciones: los medios de prensa no son los que definen, hoy se define el comportamiento en las redes sociales; se analizan y, dependiendo del comportamiento, se alimenta el lugar donde se quiere ir y se consiguen ganar elecciones. Cosa impensable antes.
Y se neutraliza la revolución: no es como hace 30 años, que salíamos por cualquier cosa la calle a romper todo. Si te aumentaban cuatro veces la carne se pudría todo. Hoy no, está neutralizado eso: nos quejamos por redes.
-Nos quejamos desde la casa.
-Claro, nuestra movilización hoy es a través de las redes, pero nadie sale a la calle, Aparte te cagan a palos, eso es otra cosa. Lo veo está todo diagramado eso.
“Me di cuenta, al analizar todo lo ya se había hecho en pintura, que lo que a mí me quedaba era hacer pintura muy realista, pero en gran formato y solo: no con un equipo de trabajo, que uno pinta las nubes, el otro pinta las montañas, el otro pinta el cielo”. Foto: Gentileza del artista
Lienzo en blanco
-La película tiene su camino, seguís pintando pequeños formatos para los coleccionistas. ¿Qué se viene para vos en el futuro, si ya sabés?
-La verdad es que no lo sé, es una hoja en blanco mi futuro. Recién terminé la película, estuve siete años en una burbuja; haciendo esta que es la obra más grande que hice: que incluye todo lo que a mí me gusta hacer en arte, todas las expresiones artísticas.
Realmente me cansé de pintar: me di cuenta de que es mucho más difícil para mí pintar sin mi compañera, casi imposible. Hasta en la película sentí ese peso, y no era por las cámaras que me estaban filmando, sino que mi compañera no estaba. Pero me motivaba al mismo tiempo saber que mi madre y mi compañera de alguna forma me estaban mirando. Y que esa la obra que estaba haciendo era para ellas. Y eso me impulsó a seguir.
Es probable que retome el gran formato; pero es probable también que haga otra película, o que me ponga a cocinar como (Gioachino) Rossini, que a los 37 largó la composición Bueno, se puso a hacer canelones.
-Bueno, le fue bien también con los canelones.
-Sí, re bien. El artista el artista tiene necesita aplauso, no necesita dinero. El artista no hace una obra de arte por dinero, la hace por necesidad imperiosa de existir. Y el aplauso es la mayor recompensa.
Un aplauso, una vez subirse al escenario y recibir ese aplauso, es una gran sorpresa. Pero no nos podemos bañar en aplauso: en ese momento ya se pierde el sentido de ese reconocimiento. Entonces, hay que saber reconocer el tiempo y, si las musas me llevan a volver a pintar, pintaré.
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