En su flamante libro, “Carroñeros: A quién matamos cuando matamos animales”, la activista argentina ofrece una mirada empática para analizar “los cadáveres” de un sistema brutal encargado de aniquilar la biodiversidad y regido únicamente por el mercado.
“Quiero que sepan que estamos siendo engañados por la industria (...), que nos alejaron de lo vivo, que perdimos la amorosidad en el camino”. Foto: Gentileza Nora Lezano
“Carroñeros” (Planeta), libro que lleva la firma de Malena Blanco, denuncia desde una mirada integral la explotación animal y la destrucción del ecosistema por parte del ser humano. Sucede a una serie de publicaciones infantiles editadas por Emecé (“La laguna de mi mundo”, “Nada más lindo”, “La flor más roja” y “Pedazo de nube”) en la que la cofundadora del movimiento artístico Voicot muestra su sensibilidad y amor por todas las especies que habitan el planeta.
Malena se desenvuelve en varias arenas para transmitir su mensaje de lucha por un mundo más ético. Es publicista, fotógrafa y activista por los derechos animales. O, como se dice en estos ámbitos, artivista. Trabajó como asistente del cineasta Raúl Perrone y dirigió el documental “Somos y seremos mar”, en el que acompañó al Movimiento de Mujeres y Diversidades Indígenas en una caminata contra el terricidio. Actualmente, está finalizando “Amor y Kaos”, un documental que denuncia las prácticas crueles de la industria ganadera.
No olvidar
“La velocidad funda el olvido” se llama una película argentina dirigida por Marcelo Schapces. No sé cómo llegué a ella, pero recuerdo que me impactó el tratamiento de la memoria por parte de un joven que se queda huérfano. Cuando Malena evoca los orígenes de “Carroñeros”, en diálogo con El Litoral, me trae sin querer esta película. “Escribí el libro para no olvidar”, dice. “Ese es uno de mis grandes miedos, el olvido. Es un trauma que padecemos quienes no tenemos muy buena memoria. Poder contar esas muertes que presencié, contar sobre la violencia que vi en esos centros de explotación, era una forma de que esos animales no mueran del todo. Hasta quizás sus historias podrían ser la chispa que inicia la transformación hacia un mundo más empático”.
Son dos las personas que la autora señala como forjadoras de su sensibilidad. “Mi mamá me enseñó a amar a la naturaleza. Me ayudó a entender que somos parte de una red mucho más enorme, me explicó sobre el universo y las estrellas. Me transfirió su sensibilidad y, a la vez, su fuerza, la necesaria para enfrentarse a un sistema cruel. Me dijo que había que tomar postura frente a lo injusto; pararse y no dejarse conquistar con las ideas que construyen sociedades serviles, esas que sólo benefician a una pequeña parte de la población. De mi abuela heredé la locura. Ella no tenía estudios, de chica había tenido una vida muy difícil. Amaba a los animales y expresaba sin ningún tipo de filtro el dolor que le causaba verlos sufrir. No tenía reparos a la hora de defenderlos, de parar con palos o cuchillos a algún carro del que tirara un caballo”.
Liberador
“Carroñeros. A quién matamos cuando matamos animales” narra en primera persona la historia de Malena Blanco, de Voicot y del veganismo en la Argentina. Detengámonos en unos gestos de redacción: epígrafes, entradas poéticas a cada capítulo, biodiversidad en el lenguaje.
Consultada sobre la forma de agrupar las ideas, la artivista desarrolla la historia de su vínculo con la escritura: “Escribía cuentos infantiles, tengo algunos publicados por editoriales como Emecé o Quipu. En cuanto a la poesía, no es mi género favorito. Sólo leí a Pizarnik que me parece maravillosa. Su crueldad y su dolor, su oscuridad y, al mismo tiempo, su ser luminoso. Sí me gusta la literatura en general, me gustan los autores que vomitan palabras, que desordenan el texto, que son incorrectos, que estudiaron en sus tripas y en sus pálpitos más que en facultades de letras, que tienen gatos. Me gustan las historias de quienes cuentan historias”.
Para Blanco, entregarse al texto tuvo “mucho de liberador”. ¿Por qué? “Por un lado, escribir cada historia fue un desafío para mi memoria, como te decía antes no es la mejor, poder recordar fue otra manera de dar vida. Y dar vida, libera. Por el otro lado (o quizás por el mismo), escribirlo y sacarlo de mí, hizo que tomara forma propia, que ya no fuera yo (pese a la narración en primera persona) quien lo vivía: un lector del otro lado podría apropiarse de cada historia y con suerte, dejarse transformar”.
Birri y la utopía
En el ingreso al capítulo 3 se lee: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. La reposición de Fernando Birri, creador humanista oriundo de Santa Fe justo a 100 años de su nacimiento, no es casual.
Cuenta Malena que A Birri lo conoció, primero, a través del cine. “Mi mamá también me pasó ese amor. Ves su obra y entendés que lo más importante es la historia que querés contar y no el equipo con el que la hagas. Después, leí su frase sobre la utopía que en un principio pensé que era de Galeano. Escarbando un poco, leí que era de Birri y me sorprendió que ese ser que filmaba esas películas fuera el mismo que escribía esa frase, cuántas cosas increíbles y hermosas nos dejó”.
Otros/as artistas que la inspiran son Ray Bradbury, Aurora Venturini, Anne Herbauts, Dario Argento, Gaspar Noé, Arturo Ripstein, Paz Alicia Garciadiego, Moira Millán, Ailton Krenak. “Para mí, el arte es el idioma del mundo”, sintetiza. “El cine y la literatura son mis lenguajes preferidos. Tengo dos documentales hechos, uno es ‘Somos y seremos mar’, donde acompaño al Movimiento de Mujeres y Diversidades Indígenas por el Buen Vivir en una caminata contra el Terricidio. El otro es ‘Amor y Kaos’, en este caso sigo a un activista por los derechos de los demás animales que vive en España, con quien registramos centros de explotación animal”.
“Escribí el libro para no olvidar. Ese es uno de mis grandes miedos, el olvido”, cuenta la autora del “Carroñeros”. Foto: Gentileza Planeta
Engañados por la industria
Malena Blanco marca en más de una página la falta de cuestionamiento a nuestra manera de vivir como una herencia. “No nos han inculcado la posibilidad de dudar”, dice certera y filosa. El capitalismo funciona como una cadena-de-maldad, en tanto que la agricultura y la ganadería son “formas de organizar nuestra brutalidad”. Todo ello contribuye a: pérdida de bosques nativos, contaminación, florecimiento de enfermedades zoonóticas, desperdicio energético, calentamiento global. “La deforestación es muerte lenta”, se lee en una de las páginas de “Carroñeros” en alusión a la situación del Gran Chaco. La velocidad de la degradación de los ecosistemas arrasa con todo. ¿Por qué sucede eso? ¿De qué manera se puede atravesar la barrera de desinterés (o de “incuestionables” intereses económicos) para sensibilizar a la “Señora Industria” y a los gobiernos?
En su respuesta, la cofundadora de Voicot refuerza la crítica a un sistema mundial que, de tan “sólido”, se cae por donde se lo mire. Y a pedazos. “Estamos llenos de cosas, rellenando los tiempos, temiendo al vacío, adorando la seguridad, perdiendo la posibilidad del silencio que es fundamental para la reflexión. Creo que es como cuando vas a gran velocidad y te perdés los detalles. Eso es el sistema que habitamos, un sistema superfluo, lleno de cosas hermosas que se nos pasan de largo. Y a esta velocidad es muy difícil la reflexión, y menos aún si no sabemos cómo hacerlo, cómo dejar de ser funcionales, cómo instalarnos otro sistema operativo, cómo cuestionar lo normalizado. Estamos más cerca de las máquinas que del animal que realmente somos. Estamos seteados para servir, no para vivir”.
La velocidad del capitalismo funda el olvido. Me viene una escena de la película que nunca pude sacar de mi mente. El joven se ve siendo niño junto a su padre (interpretado por Luis Luque), su imaginación lo recrea con la edad que tendría ahora. Luque mira para atrás. El joven le dice a su padre-viejo y a su yo-niño: “Íbamos por ahí”. Como director de teatro, (re)escribe los pasos. Funda una nueva memoria. ¿Será ese el camino? ¿El re-aprendizaje?
Respecto a la segunda pregunta, reflexiona: “No sé cómo sensibilizar a la industria. De por sí no sé si hay forma de hacerlo, a no ser que sea proponiéndoles otras formas de ganar dinero, aunque ese no es el mundo que quiero, un mundo donde el dinero siga siendo la meta. Pero sí sé que quiero contarte la historia, a vos y a cada persona que esté dispuesta a escuchar, que se atreva a hacerlo, quiero que sepan que estamos siendo engañados por ella (la industria), que la vaca no pasta feliz en el campo ni las gallinas nos dan sus huevos de onda. Quiero que sepan que nos alejaron de lo vivo, que perdimos la amorosidad en el camino, que creemos que sabemos, que nos dijeron cuáles eran nuestros deseos, que nos arrebataron nuestra animalidad y la posibilidad de ser quienes querríamos ser”.
Esos lazos
Los lazos a lo largo del mundo, con activistas como Alejandra García y el colectivo Save Movement se tornan claves para fortalecer la lucha. En el fuero personal, Malena reconoce que “fue fundamental para mí conocer a personas que estaban en la misma, sentir que no estaba loca, que había gente que sentía igual al mundo, que tomaban la causa por los derechos de los demás animales con seriedad y profesionalismo; aprendí a sostenerme y a resistir gracias a ellas”.
Mantener la salud mental no es fácil siendo activista. Cuesta demasiado, relata Malena, equilibrar sentimientos como amor, dolor y bronca con la violencia que genera ver el mecanismo que asesina a los animales in situ (en mataderos, en peladeros, etc.) En ese punto, surge una pregunta por el cuidado de la subjetividad afectiva frente a un sistema basado en la desindividualización de seres sintientes (animales no humanos, animales humanos dentro del engranaje): ¿cómo hacer para no perder la sensibilidad ante tanta insensibilidad?
Blanco piensa y responde. “Creo que esta es una pregunta que podría encontrar distintas respuestas, que varían según el día, cómo dormí y me desperté, qué tan harta estoy de todo, cuánta amorosidad me queda, respuestas que dependen de mi humor, de mi fatiga, de mis deseos diarios. Hoy podría decirte que la respuesta es retejer esos lazos con la naturaleza, caminar un bosque, ver un manzano lleno de frutas, reflexionar sobre la magia del dulce sabor de la manzana en la boca, caminar a orillas de un lago, observar a un grupo de hormigas y maravillarte con su organización, respirar aire de mar, sorprenderte con la ingeniería de las telas de arañas y así perderles el miedo, entender que somos parte de un mundo vivo y hermoso y luchar porque no nos quiten esa belleza”.
-¿Qué consejos le darías a una persona, como quien escribe estas preguntas, que quiere dar un paso hacia el veganismo, pero no sabe por dónde empezar (o le cuesta sostenerlo en el tiempo)?
-Más que decirte algo te preguntaría: ¿Cuál es el mundo que querés? ¿Estás yendo hacia la construcción de ese lugar? ¿Cuál es tu mejor versión?
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