La pandemia de COVID-19 no solo modificó la vida cotidiana de millones de personas, sino que también obligó a las organizaciones a repensar la manera en que se trabaja.
Esta particularidad se instaló en las organizaciones tras la pandemia y demostró ser una alternativa eficiente: mejora el bienestar de los equipos, fomenta la productividad y redefine la cultura laboral.
La pandemia de COVID-19 no solo modificó la vida cotidiana de millones de personas, sino que también obligó a las organizaciones a repensar la manera en que se trabaja.
En medio de una emergencia sanitaria global, el teletrabajo se convirtió en una herramienta clave para sostener la actividad económica. Lo que entonces parecía una solución transitoria terminó por convertirse en una modalidad que llegó para quedarse.
En este nuevo escenario, muchas empresas comenzaron a adoptar esquemas híbridos, combinando días presenciales y jornadas remotas. Con el correr del tiempo, este modelo no solo mostró ser eficiente en términos de productividad, sino que también contribuyó de manera significativa a mejorar el clima laboral y la satisfacción de los colaboradores.
El trabajo híbrido se convirtió en una herramienta poderosa para generar bienestar en los equipos. Las organizaciones que lo implementaron de manera planificada, con criterios claros y una comunicación interna sólida, lograron reducir el ausentismo, mejorar la motivación y disminuir los niveles de agotamiento.
Para muchos trabajadores, poder organizar la semana laboral con cierta flexibilidad —evitando largos traslados o ajustando horarios a la vida familiar— representó una mejora concreta en su calidad de vida.
Estudios recientes sobre clima laboral en empresas argentinas muestran que quienes trabajan bajo esta modalidad valoran más a sus empleadores, reportan mayor equilibrio entre lo personal y lo profesional, y tienen una mejor disposición hacia el trabajo colaborativo.
Sin embargo, los especialistas advierten que su éxito no radica solo en “quedarse en casa”, sino en una gestión moderna del liderazgo, donde los resultados importan más que la cantidad de horas frente a la pantalla.
Otro de los beneficios visibles del trabajo híbrido es el aumento de la productividad. Las jornadas remotas permiten mayor concentración para tareas que requieren foco, mientras que los días presenciales se aprovechan para reuniones estratégicas, encuentros de equipo o instancias de innovación.
Esta combinación genera un entorno laboral más equilibrado, que se traduce en mejores resultados y una menor rotación del personal.
Además, se observa un impacto positivo en la atracción y retención de talento, especialmente entre las nuevas generaciones, que priorizan el bienestar y la flexibilidad al momento de elegir un lugar para desarrollarse profesionalmente.
Las empresas que adoptan este modelo también se ven beneficiadas en términos de reputación y cultura organizacional, al mostrarse como entornos laborales más empáticos, adaptables y sostenibles.
Para que el trabajo híbrido funcione de manera efectiva y sostenible en el tiempo, es necesario trabajar sobre varios ejes. Entre ellos, se destacan:
En este modelo, la presencialidad deja de ser sinónimo de control y se transforma en una instancia valiosa de encuentro, cohesión y construcción de cultura. En tanto, la virtualidad gana terreno como un espacio de autonomía, foco y balance personal.
A cinco años del inicio de la pandemia, el trabajo híbrido no es una excepción: es una evolución necesaria. En Santa Fe y la región, cada vez más organizaciones —tanto del ámbito privado como público— apuestan por este modelo, entendiendo que cuidar el bienestar de las personas también es una forma de cuidar el futuro de las organizaciones.
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