Nos escribe Faustina (43 años, Berasategui): "Hola Luciano. ¿Qué tal? Quería hacerte una consulta sobre la cuestión del trabajo. Tengo un hijo de 17 años que va a terminar el colegio y no piensa en estudiar ni en trabajar. Francamente me desespera que tenga tan poca cultura del trabajo. Yo puedo entender que todavía no sepa cuál es su vocación, pero me asusta que tenga la idea de que tenemos que mantenerlo incluso cuando sea mayor de edad. ¿Por qué te parece que pasa esto?".
Querida Faustina, es un lugar común decir que los jóvenes actuales ya no priorizan el trabajo. Muchas veces, ellos lo explican en términos de que no están dispuestos a alienarse (ser explotados, o renunciar a otros intereses por trabajar) o que el trabajo ocupa un lugar instrumental en su vida: es un medio.
Tienen razón, cuando dicen que a veces trabajar es tener que soportar situaciones desagradables. Por mi parte recuerdo haberlo vivido muchas veces, de la misma manera que ir al colegio me resultó una experiencia penosa y de pérdida de libertad. No obstante, allí conocí muchos amigos y aprendí algunas cosas que me resultaron útiles.
Por cierto, no volvería jamás al colegio, pero también es verdad que no lamento haber pasado por ahí. Lo mismo pienso de algunos trabajos que tuve. Puedo decir que me formaron. Si algo tenía el trabajo (y la educación) en la sociedad disciplinaria, es que te formaba.
La formación no tiene que ver solo con la enseñanza de valores. Es algo más complejo; se parece a lo que ocurre en la película "Karate Kid" cuando Daniel tiene que pulir y encerar y cree que es en vano, hasta que se da cuenta de que así aprendió la disciplina. Es notable cómo la palabra "disciplina", de un tiempo a esta parte, solo tiene un sentido negativo.
Una formación te da la capacidad de hacer algo que no te gusta, sin que se vuelva un extremo padecimiento. Es algo que no te gusta, nada más. El trabajo es para mí un gran espacio de formación. Lo fue antes, lo es todavía, cuando en mis diferentes trabajos -hasta en el que más me gusta- tengo que hacer cosas que no me gustan.
Hoy, después de más de veinticinco años de trabajar me encuentro pensando que hay algunas condiciones a las que les digo que no. Pero porque ya les dije que sí muchos años. Creo que poder hacer cosas que no me gustan, como un medio para lo que me gusta, es una gran capacidad y habilita algo que solo depende de una formación: realizarse.
Atención: formarse no es un acatar ni cumplir a ciegas. Es hacer un pasaje, en vistas de una realización personal: descubrirse a uno mismo en una tarea. Por eso no termino de creer que el problema de los jóvenes que hoy discuten todo el tiempo las condiciones de los trabajos esté en una cuestión salarial -siempre que se trate de un salario digno, claro- sino de formación.
El problema es que el trabajo dejó de ser un espacio de formación. No se puede culpar de esto a los jóvenes, cuando hoy todo se hace "como si" se hiciera. Su síntoma revela una estructura: hay una "corrosión del carácter", como dijo alguna vez el gran sociólogo Richard Sennett. Ahora bien, más allá de dónde situar la causa, la cuestión problemática es más amplia, porque las dos experiencias de formación -al menos hasta mi generación- eran el trabajo y el amor.
Los jóvenes ya no cuentan con el trabajo. Y con el amor cada vez menos. Entonces, es difícil pensar cómo van a crecer en su juventud y se van a apropiar de su vida. Porque yo, al menos, no veo vías de formación alternativas. En este punto, coincido con esa preocupación que vos llamás "desesperación". Sigmund Freud decía que la salud consistía en amar y trabajar. Es cierto que el amor es también un trabajo y que el trabajo que no se hace con un poco de amor es meramente obediencia.
Es tal vez algo de esto lo que sienten los jóvenes de hoy. Recuerdo esa canción de Charly García que dice: "No elegí este mundo, pero aprendí a confiar". Con esto último lo que quiero decir es que puede ser que uno no haya elegido de inicio ciertas condiciones, pero también hay un esfuerzo, que es el de aprender a querer aquello que nos tocó, aunque no nos guste. Esto no es resignación, es celebración de un camino recorrido y validación de una historia.
No voy a asumir una actitud pesimista con respecto a la juventud, pero sí coincido con vos, querida Faustina, respecto de la inquietud. Cada vez más escucho también a jóvenes que se inician en la sexualidad, pero sin interés en las cuestiones del amor. ¿A dónde quedaron los enamorados que escribían su nombre en la corteza de los árboles?
Si había algo hermoso en la adolescencia de otro tiempo, es que se la quería pasar lo más rápido posible para llegar a la adultez. Ahora, curiosamente, hay una especie de rechazo de las cuestiones adolescentes, para permanecer en una adolescencia eterna. Lo que causa una pregunta es qué viene después de la adolescencia hoy, cuando incluso algunos profesionales hablan de una segunda y una tercera adolescencia, que llegan respectivamente hasta los 30 y los 40 años.
Volvamos a la cuestión de amar y trabajar. Para concluir, quiero dejar planteada la idea de que ambas tareas requieren vivir procesos. Vivir un proceso es atravesar un tiempo de más o menos incertidumbre, en el que vamos viendo qué nos pasa, hasta que nos convertimos en alguien diferentes a quien éramos en el punto de partida. Dejo abierta esta pregunta: ¿será que perdimos la capacidad de vivir procesos abiertos porque tememos que sean inciertos?
Querida Faustina, me despido con esa pregunta y un atisbo de respuesta: no es desidia ni falta de responsabilidad, sino un gran miedo el que late aún en la vivencia de los jóvenes. Nos queda a nosotros pensar cómo transmitirles confianza.
La formación no tiene que ver solo con la enseñanza de valores. Es algo más complejo; se parece a lo que ocurre en la película "Karate Kid" cuando Daniel tiene que pulir y encerar y cree que es en vano, hasta que se da cuenta de que así aprendió la disciplina. Es notable cómo la palabra "disciplina", de un tiempo a esta parte, solo tiene un sentido negativo.
Si había algo hermoso en la adolescencia de otro tiempo, es que se la quería pasar lo más rápido posible para llegar a la adultez. Ahora, curiosamente, hay una especie de rechazo de las cuestiones adolescentes, para permanecer en una adolescencia eterna. Lo que causa una pregunta es qué viene después de la adolescencia hoy, cuando incluso algunos profesionales hablan de una segunda y una tercera adolescencia, que llegan respectivamente hasta los 30 y los 40 años.
(*) Para comunicarse con el autor: [email protected]
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