Fueron diversas las razones por las que se creyó mejor no contar esto antes. Pero, en medio de su fallecimiento, llega el visto bueno a este autor para contar un gesto que muestra la esencia de cercanía de Jorge Bergoglio con los suyos, más allá del indisimulable rol de Papa.
Estábamos en Ucrania. Era el tercer viaje de este cronista junto a El Litoral a ese teatro de operaciones. Éramos un reducido grupo de periodistas latinoamericanos que habíamos recibido la invitación para entrevistar al presidente Zelenskyy y recorrer la primera línea. En un momento, viajando en una traffic de un puesto comando a otro, el teléfono de una integrante del grupo sonó. No era una periodista más la que recibía la notificación y el que llamaba era el Sumo Pontífice.
En el grupo de viajeros estaba Elisabetta Piqué. Además de reconocida mundialmente por su rol como corresponsal de guerra en los peores escenarios bélicos, es amiga del Papa. Así, como se lee. Debe reconocer el firmante que estaba entredormido hasta que la conversación en italiano lo despabiló. De un momento a otro se escuchó a la mujer, mientras ponía su celular en altavoz: “acá colombianos, chilenos, uruguayos, argentinos y ucranianos”.
“Hay mate y café” se escuchó de fondo como primera reacción. El rudio, la mala señal y la algarabía hacía difícil entenderlo. Ante el pedido de repetir lo dicho, el Papa se explicó: “si hay uruguayos hay mate, si hay colombianos hay café”. Un pícaro comentario que encendió la sonrisa en todos los presentes. La emoción era tan fuerte que nadie - ni uruguayos, ni argentinos - atinó siquiera a entrar en el folklore de la procedencia del mate.
La llamada con el grupo fue brevísima, muchísimo más de lo que cualquier periodista desearía tener al teléfono al líder mundial de la iglesia católica. Pero alcanzó, justo antes de escuchar sus bendiciones y “saludos para todos”, para conocer una arista que resulta desconocida por la mayoría. El lado más humano de un hombre, con máxima relevancia institucional, con sus amigos.
El Papa no dejó de ser Papa en esos minutos, pero tampoco dejó de ser amigo de Elisabetta, a quien llamó apenas enterado de que ella estaba recorriendo Ucrania en plena invasión militar rusa. Tampoco dejó de ser latinoamericano cuando se enteró que alrededor de ella había otros que venían de esa tierra y así quiso saludarnos.
Estas líneas no buscan más, ni menos, que lo expuesto: un Papa haciendo un paréntesis en sus actividades, llamando a su amiga en plena guerra y saludando a compatriotas que nunca olvidarán esos segundos cuando el Papa argentino estuvo conectado con ellos.
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