El martes falleció en Neuquén uno de los músicos y folcloristas más creativos e innovadores de los años sesenta y setenta: Raúl Mercado.
Raúl fue uno de los integrantes del conjunto Los Andariegos, muy respetado en el ambiente de la música, aunque no estoy del todo seguro si ese respeto se traducía en "popularidad", tentación que en el arte siempre acecha a los vanguardistas, a los que se esfuerzan por crear y no ceden a los cantos de sirena de la demagogia, de ese impulso de subirse a un escenario para manipular emociones.
Raúl Mercado fue un creador, un artista, un audaz capaz de grabar un disco en homenaje a Johann Sebastian Bach con una quena. Una confesión para poner estas palabras en un contexto de inevitable afecto. Raúl Mercado era mi primo, hijo de tía Berta, hermana de papá. Hacía años que no lo veía, pero mi infancia está muy marcada por su presencia.
Era casi veinte años más grande que yo, un primo que se parecía a un tío: alegre, ocurrente, capaz de hablar con un chico de diez años como si fuera un amigo de su edad. La última vez que estuve con él fue en París, en 2005; compartimos unos vinos en su departamento desde donde se distinguían, no las aguas del Sena sino de El Marne.
En la familia a Raúl le decíamos Negro, el hermano mimado de Monona, Lita y Chiche. Era el músico, una vocación que se inició desde la infancia, con aquellas travesuras que yo escuchaba en las mesas familiares: se despertaba al alba, se iba al patio e imitaba el canto de los gallos que, por supuesto, le contestaban como si fuera un gallo más de la barra. Para mí siempre fue el primo que encarnaba a la música.
Yo debo haber andado por los seis o siete años cuando llegó a Sunchales, invitado por papá: él y sus compañeros del conjunto Los Chayeros.
Para un chico que estaba en primer grado, esas visitas constituían lo más parecido a una fiesta.
Recuerdo las guitarras, los bombos, "amontonados" en un rincón del living; recuerdo las idas y venidas de gente; recuerdo los recitales (entonces no se usaba esa palabra) en la escuela, en el club Libertad, en una casa de campo; recuerdo algún romance del Negro con la chica más linda del pueblo enamorada del forastero músico, cantor y poeta, además de buen mozo, porque el Negro era lo que se dice un pintón, un buen mozo en el sentido mas realista y vibrante de la palabra.
Después supe que se habían incorporado a Los Andariegos, un conjunto de origen mendocino que ahora sumaba a un riojano, porque el Negro, como toda la familia de papá, eran riojanos y, además, orgullosos de su condición de riojanos lo cual para mi fue siempre motivo de asombro.
Mis tíos, mis primos más grandes, por supuesto mis tías, eran incondicionales, no sé si de Los Andariegos, como del Negro, el sobrino del alma.
En la familia no se entendía del todo sus experimentos musicales; no lo entendían, pero lo bancaban porque el Negro era el Negro.
Y a decir verdad, había que ser guapo en los años sesenta, con toda la moda "popular" del folclore, experimentar como lo hacían ellos. Recuerdo cuando toda la familia fuimos a verlos actuar en el festival de Jesús María.
El ambiente estaba caliente. Subían los músicos, revoleaban ponchos, alguno esgrimía una botella de vino y le daban con todo a la guitarra y al bombo para un público que se parecía a la barra brava de Boca.
En algún momento ingresaron Los Andariegos al escenario. Para qué. Empezaron a hacer "jueguitos" con las voces y las guitarras.
Meter a Swinger Singer en el escenario, con un público que pedía sapukay y "aro, aro, aro", era un verdadero escándalo. Enseguida comenzaron los silbidos. Yo no sabía dónde meterme, pero tío Clacho y tío Hugo y tío Toto, sabían lo que había que hacer.
Lo que recuerdo es a un gordo en camiseta que silbaba como un tero y al que tío Toto le metió un puñete en el centro de la cara que lo tiró del otro lado de la cerca. Y ahí se armó el tole tole.
Lo que recuerdo en medio de los gritos y los lloriqueos de algunas mujeres, es a tío Clacho repartiendo piñas. Yo no sé si ellos entendían el lenguaje musical de Los Andariegos, pero al sobrino no le iban a faltar el respeto estos maulas. Llegó la policía y creo que uno de mis tíos terminó en cana. También terminaron los silbidos.
Más allá de la anécdota, lo que importa destacar no es el coraje pendenciero de mis tíos, sino el coraje de Los Andariegos de subirse a escenarios a cantar como nadie o muy pocos se animaban o podían hacerlo.
Se habían propuesto otorgar al folclore toda la dignidad posible. Y vaya que lo lograban, pero pagando un precio muy alto, entre otros, el precio de que en esas condiciones se hacía muy difícil vivir de la música.
No quiero pecar de "familiero" y suponer que solo Los Andariegos se preocupaban por hacer buena música. Nada de eso. Pero ahora estoy hablando de mi primo y de un conjunto que no fue el único, pero fue uno de los principales en probar que la palabra folclore y calidad musical no estaban reñidas.
Con el Negro mis padres se relacionaban con frecuencia cuando vivíamos en Buenos Aires.
Año 1965. Íbamos a Radio Splendid, donde Los Andariegos actuaban los jueves a la noche. Recuerdo que los presentaba un amigo de papá: Aníbal Cufré; también recuerdo que el Negro entonces vivía con su mujer y sus dos hijos, Alejandra y Gustavo, en un departamento de pasillo del Conurbano.
Y recuerdo una siesta de lluvia en Buenos Aires; siesta de lluvia y frío, y el Negro parado en una esquina esperando un colectivo, con la guitarra en la mano y un piloto viejo que intentaba protegerlo del agua.
La imagen misma de la desolación. No, no era fácil sostener una vocación de artista. No fue fácil al principio y creo que nunca fue fácil, aunque con el paso de los años fueron ganando respeto y consideración. Nunca fueron lo que se dice "populares", pero en el ambiente del folclore los respetaban.
Así lo dijeron Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, Hamlet Lima Quintana, Eduardo Falú y Armando Tejada Gómez.
El Negro estuvo varias veces en Santa Fe. Recuerdo su actuación en el Paraninfo de la UNL con Miguel Estrella a mediados del año 2000. Cuando terminaron la actuación le solicité una entrevista. No me conoció. Hacía más de veinte años que no nos veíamos.
Yo estaba más gordo y con unos enormes bigotes, pero -además- en temas de fisonomía siempre fue un despistado.
Hablamos de música, del exilio y en algún momento empecé a mezclar las preguntas: una pregunta profesional y una pregunta familiar, por ejemplo, un baile de carnaval en casa de tía Margarita; o una fiesta de fin de año en casa de tío Efraín; o un viaje a La Rioja con tío Clacho. Seguía siendo el despistado de siempre.
Contestaba mis preguntas familiares sin advertir que el periodista que tenía enfrente era su primo. Al final, casi a lo último, le cayó la ficha; puso cara de asombro, me miró con recelo y de pronto se hizo la luz. Nos reímos un largo rato y, después, cada vez que nos encontrábamos recordaba esa suerte de "emboscada" que le tendí.
Este miércoles me enteré por mi prima Mónica que Raúl murió en su casa de Neuquén. En 1978, "por razones de salud", se exilió en París y regresó a la Argentina recién en 2015. Dos o tres veces lo visité en su casa francesa donde me atendió con su mujer a cuerpo de rey. Seguía haciendo música y viajando por el mundo con su música.
Aún recibía cartas de felicitaciones por parte del club de admiradores de Los Andariegos, una secta simpática extendida por todo el país. Es que nadie que se dedicara al folclore en serio desconoce los aportes de ellos a la música. Ningún músico los desconoce y el que los desconoce lo mejor que puede hacer es empezar a conocerlos.
Hay quince discos grabados y, según me dijeron, se filmó un documental que se va a estrenar en estos días.
Haciéndole honor a su condición de andariego, el Negro murió en Neuquén después de haber nacido en La Rioja, vivido en Mendoza y en Córdoba; después de trajinar con su arte por Buenos Aires y Mar del Plata, y luego de tres décadas en París, donde se dio lujo de honrar con su música al general José de San Martín en su casa de Boulogne Sur Mer. Fue realmente un andariego.
Y un buen tipo, cariñoso y cálido, con un exquisito sentido del humor. Amigo de las tenidas con música, vino y chistes. Fue mi primo y me honro por ello, pero por sobre todas las cosas, honro a su talento artístico, a su calidad musical.
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