El sábado 19 de febrero de 1955, si no mal recuerdo, fue la única vez que vi a mi papá pasar corriendo en sandalias, con pantalones cortos, la camisa desabrochada y un balde en la mano. El agua del bombeador no serviría para beber, pero resultaba fundamental para jugar al carnaval.
Esa tarde, en el "Paraíso Florido", chicos, adolescentes y viejos ocupábamos las calles del barrio arrojando, primero, tímidos chorros con pomos de goma, luego, agua desde ollas, baldes y fuentones. Los vecinos más transgresores terminaban tirando huevos y harina.
Por la noche los festejos continuaban en los corsos que organizaba la comuna de Ceres. Las vías del tren dividían al pueblo en dos y de manera salomónica los festejos se realizaban un año en la Avenida Mayo (en el lado más pujante) y otro en la Avenida Italia, de nuestro lado.
En 1955 la fiesta tocaba en la Avenida Italia; a dos cuadras del barrio. Mi hermano, de 12 años, invitó a todos los chicos del "Paraíso Florido" a participar en la categoría comparsa infantil, disfrazados como los protagonistas de Tarzán.
Por entonces, las calles del barrio se vaciaban a las seis de la tarde para escuchar por Radio Splendid los quince minutos de Tarzán; auspiciados por Toddy ("El cacao con vitaminas, que logra niños más fuertes"). Los domingos, el Cine Ceres ("uncinedepuebloconritmodeciudá") se venía abajo cada vez que daban una del "Rey de la selva", con el nadador Johnny Weissmüller como el popular "hombre mono".
Mi hermano se reservó el derecho a distribuir los personajes. De esta manera quedó Tarzán para él y Jane para la linda hermana del Cuqui Esteban. Al Cuqui le tocó hacer de explorador blanco, a mí el rol de Tarzanito y para el resto de la barra, el anónimo papel de "indios". Solo la presión fraterna pudo lograr que yo, un flaquito de 5 años encarnara al hijo de Tarzán.
Fuimos todos hasta la comuna para gestionar el permiso de disfraz. Cuando los más grandes explicaron al presidente comunal el motivo de nuestra presencia, este con una amplia sonrisa, dijo:
- ¡Pibes, yo los dejo entrar sin pagar el permiso! ¡Con esa plata compren unas naranjinas en la Confitería Berlín y brinden por el General Perón!
En la tienda del Turco Farjaht se consiguieron las telas para confeccionar los taparrabos; se usaron corchos quemados para tiznar la piel; con cañas se armó una jaula que a falta de leones, se usó para transportar a unos cuises asustados y, para proveer de plumas a los indios, en el barrio sobraban gallineros.
Partimos hacia el corso haciendo sonar pitos, tambores y matracas. Alentados por los aplausos de los vecinos atravesamos la plaza San Martín para ingresar a la Avenida Italia. Antes, Tarzán, colgado de un árbol y golpeándose el pecho, lanzó el famoso grito: ¡Ahouuuuuuu! Sonaron más fuertes los tambores para acompañar nuestra entrada triunfal.
No alcanzamos a completar una vuelta cuando apareció el Sargento Díaz, que sin bajar de su tobiano exigió que mostrásemos los permisos de disfraces. Inútil fue que Tarzán relatara la generosa propuesta del señor presidente e invocara el nombre de una vecina, jefa de la Rama Femenina del Partido Justicialista. No hubo arreglo, sin la constancia oficial era imposible continuar.
Realizamos una retirada estratégica para volver a aparecer dos cuadras más adelante. Cuando el Sargento Díaz descubrió la maniobra, apuró el caballo y se nos vino encima. Mientras nos apuntaba con el talero, vociferó:
- ¡"Retrodezcan" Tarzán y todos esos mocosos de mierda!
Unas paperas muy especiales
En la ardiente siesta del 3 de febrero de 2025, el viejo Raúl Bianco, con pantaloncito de fútbol y en cueros, juega al carnaval con sus nietos…
En otros febreros, el doctor Bianco, vestido con pantalones formales y chaqueta blanca con "cuello Mao", atendía a algunos niños con paperas un tanto extrañas. Eran nenas y nenes en edad escolar que en forma repentina sufrían una hinchazón dolorosa debajo del lóbulo de la oreja; sin dudas una inflamación de la glándula salival parótida.
A diferencia de aquellos que padecían la papera clásica (infección causada por el virus de la parotiditis), estos pacientes impresionaban saludables y sin fiebre, siendo que la tumefacción y el dolor desaparecían en dos días. Por eso mismo, a los chicos con esas paperas de verano les parecía ridículo que el médico los obligara a prolongar el reposo por una semana.
Niña afectada con papera, luego de inflar bombitas de agua.
En 1997 Argentina incorporó al calendario de inmunizaciones obligatorias y gratuitas, la vacuna Triple viral; para evitar las epidemias por sarampión, rubeola y paperas.
Gracias a esta vacuna segura y efectiva, en el Hospital de Niños de Santa Fe no se internaron más casos con graves neumonías por sarampión; ni recién nacidos malformados porque sus madres se habían contagiado rubeola durante el embarazo. También desaparecieron las consultas de niños con páncreas inflamado, meningitis o sordera; por parotiditis complicadas.
A Bianco le llamó la atención cuando durante los primeros veranos del siglo XXI, en niños bien vacunados, ocasionalmente, continuaba diagnosticando esas paperas breves. Uno de ellos fue Camilo, de 10 años, con una marcada hinchazón y dolor bajo la oreja. El pediatra se preguntaba: ¿Falló la vacuna? ¿Será otro tipo de virus?
Bianco pidió a Camilo que detallara todo lo que había hecho en los últimos días. Por ejemplo, si había ido a la colonia de vacaciones; si estuvo con compañeros enfermos. El niño le contó:
- Después del almuerzo jugué con bombitas de carnaval.
Bianco, sonriendo, averiguó:
- ¿Mojaste a tus amigas del barrio?
- No, jugué sólo... las inflé como a los globos (aclaró Camilo).
- ¿Soplando? (preguntó, redundante, el médico).
Entonces Camilo, con su respuesta, abrió la puerta a una probable causa de esas paperas atípicas: aire que entraba a presión. El pediatra encontró artículos que avalaban el diagnóstico de neumoparotiditis (o paperas por aire).
El aumento agudo de la parótida se debía al soplo retrógrado que ingresaba por un pequeño orificio ubicado en el interior de los cachetes y que por un conducto llegaba hasta el interior de la glándula. El cuadro había sido descrito en niños de cinco a trece años; después de inflar globos o tocar instrumentos de viento. También en buzos, trompetistas y sopladores de vidrio.
Poco después, en la semana previa al carnaval, Natalia de 5 años, sufrió una papera aguda. "¿Inflaste bombitas?" fue lo primero que el doctor Bianco le preguntó. Cuando la niña y la madre asintieron, el médico sólo indicó: paños tibios en la región inflamada y caramelos ácidos para favorecer el drenaje de saliva. Sin ningún reposo.
Las "bombuchas" están fabricadas con látex resistente, capaz de soportar la presión de hasta medio litro de agua. En los envases figura la leyenda: "Atención: los menores de 8 años pueden ahogarse con globos rotos". Debería agregarse: "No inflarlas con la boca".
En una "guerra de todos contra todos", en la tarde santafesina del último 3 de febrero, con 41 °C a la sombra, en el patio de los Bianco, continúan volando las "bombuchas". Mientras desde un parlante resuena la nostálgica canción de Germán Barceló: "Bombitas de agua"…
(*) "Tarzán contra la policía" forma parte de una serie de relatos costumbristas plasmados por el autor de la nota en el libro "De Ceres y humanos".
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