Los católicos en el mundo suelen sentirse invadidos por una sana alegría cuando desde la chimenea del Vaticano ven cómo el humo blanco se disuelve en el aire. Habemus Papam, dicen que es la frase del ceremonial y la que todos los fieles pronuncian en un acto inspirado por la fe y el júbilo.
Los cardenales se han puesto de acuerdo y han elegido al sucesor de Francisco para que ocupe el trono de Pedro. Jamás vamos a saber el tono y el color de las disputas internas y de los acuerdos y concesiones que se han debido hacer. A los efectos prácticos me consta que esa curiosidad a nadie, oa muy pocos, le importa.
Lo seguro es que un nuevo papa dirigirá a la Iglesia Católica una dirección que incluye a más de mil millones de fieles. En mi caso, a las novedades mencionadas agregadas en un plano estrictamente personal que por primera vez en mi vida un papá tiene menos años que yo, por lo que deduzco que debe de estar muy viejo para ser mayor que un papá.
León XIV ha decidido llamarse de aquí en más el obispo Roberto Francis Prevost, de 69 años, nacido en Chicago, Estados Unidos, quien ha decidido, o tomado la precaución, de nacionalizarse como ciudadano peruano para dicha y felicidad de los habitantes de ese país.
Decidir llamarse León XIV es toda una declaración de principios, un manifiesto pastoral, porque el nombre evoca al papa que hace casi un siglo y medio publicó la encíclica Rerum Novarum en la que oficialmente la Iglesia Católica reconoce la presencia de la clase obrera y la dignidad de su condición.
En el contexto histórico de la segunda revolución industrial, la iglesia habla de salarios dignos, de sindicatos, de sensibilidad social y de conciliar el capital con el trabajo.
León XIII empieza a alentar un cambio que permita instalar a la iglesia en los desafíos e incertidumbres del siglo XX, esforzándose por superar los tiempos de una iglesia ultramontana que sólo le asignaba a los pobres palabras de compasión, resignación y sumisión al orden con la promesa de que la verdadera felicidad no está en este mundo y que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos.
Sabemos que el flamante papa nació en Chicago en 1955, que es hijo de padre de ascendencia francesa y madre española. Su relación con el idioma español la desarrolló desde su infancia y, claro está, la profundizó en Perú, país en el que llegó a vivir como pastor más de veinte años. Digamos que la elección del Colegio Cardenalicio ha sido sabia y prudente.
En Prevost, en su persona, se conjugan el linaje norteamericano, pero también peruano y, de alguna manera, español y francés. Más amplitud, imposible. Su currículum académico es impecable, asombran la variedad y excelencia de sus estudios y el dominio de tantos idiomas.
Presumo que Prevost no era para los conocedores de este cónclave un "papabile", pero los conocidos con las intrigas del Vaticano aseguran que era más que evidente que el preferido por Jorge Bergoglio era él.
Y no faltan los que aseguran que cuando Francisco lo designó obispo y luego lo convocó a Roma, es porque le estaba abriendo las puertas para que en un futuro no muy lejano ocupara el sillón de San Pedro.
En todos los casos, lo seguro es que en sus trazos más horribles este papa continuará en la línea de su antecesor en tres temas centrales que han distinguido a la Iglesia Católica en las últimas décadas: paz, pobreza y ecumenismo.
Habrá que ver cómo se traducen estos valores en su gestión. Estimamos que la iglesia continuará por este sendero respetando sus tiempos. Mi criterio es que el esfuerzo de la Santa Sede por adaptarse a los rigores del siglo XXI no tiene previsto por el momento cambios espectaculares al estilo, por ejemplo, del fin del celibato o la ordenación de las mujeres.
La Iglesia para todos estos menesteres se toma su tiempo, fiel a su inevitable y eficaz espíritu conservador que sólo acepta los cambios cuando son inevitables porque en todas las circunstancias un obispo, incluso el más progresista, sabe que ciertas tradiciones a la iglesia la honran y hay que mantenerlas sin dejarse seducir por los cantos de sirena del progreso, los avances científicos y las modas intelectuales.
Los peronistas aseguran que la ley de Ficha Limpia se sanciona exclusivamente para condenar a Cristina. Los compañeros se suponen el centro del universo y están convencidos de que todo lo que se hace o se deja de hacer es por su regia presencia en la historia.
Lo siento por ellos, pero la propuesta de Ficha Limpia hace rato que se viene elaborando y se supone que los destinatarios de sus sanciones son los políticos corruptos de toda marca y pelaje.
Admito, en nombre de los rigores del realismo, que el copyright de la corrupción lo ostenta el peronismo por méritos propios -méritos muy bien ganados por cierto-, y que solo la ceguera o la necesidad podrían desconocer, pero a la hora de legislar, la frustrada ley de Ficha Limpia no es culpable de que Néstor y Cristina Kirchner hayan liderado una cleptocracia y que ella en particular esté condenada en dos instancias.
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