Oí hablar de Jorge Mario Bergoglio en el año 1986, cuando cursaba mi cuarto año en el Colegio Inmaculada; y lo conocí en el año 1989, cuando con un amigo nos acercamos con admiración a saludarlo, estando él en un confesionario de la Iglesia del Salvador de los jesuitas en Buenos Aires. Ya en ese tiempo, y luego de haber sido provincial de los jesuitas (1973-1979) y rector del Colegio Máximo (Facultades de Filosofía y Teología entre 1979-1985), despertaba la admiración y el reconocimiento de muchos. Un hombre de fe con grandes convicciones, y con capacidad y preparación para asumir las Misiones más importantes; algo que se fue acentuando desde el momento que fue designado obispo Auxiliar de Buenos Aires en el año 1992.
Bergoglio era un hombre de oración, austero, disciplinado, con “olor” a santidad, muy preocupado y ocupado por los más débiles, los pobres, los excluidos, cercano al pueblo de Dios; prudente, pero no se callaba frente a los poderosos de este mundo. Bergoglio despertaba la admiración de muchos porque era un distinto.
Su lenguaje era propio y simple: a los sacerdotes les enseñaba la importancia de ser "pastores con olor a oveja"; a los jóvenes que "no balconeen la vida"; ante las dificultades, "el tiempo es superior al espacio", etc.; cargado de firmes convicciones y compromiso social.
Gran devoto de San José, aquel hombre que supo obrar “en un segundo plano”, para que creciera aún más la persona de Jesús. Su Papado tuvo inicio un 19 de marzo, festividad de San José.
Mi experiencia de Francisco comienza ese mismo día que él asume el ministerio petrino, cuando le escribo una carta que “por esas cosas de la vida”, recién tuve noticias del "destino" de la misma el 11 de enero del 2020.
El rector de la UCSF estuvo unos momentos cara a cara con el Papa Francisco.
Sus escritos, gestos y acciones fueron un faro para la humanidad. Muchas podemos señalar. Por una cuestión de espacio, resalto dos de sus encíclicas: Laudato Si (2016) y Fratelli Tutti (2020) cuya particularidad es que ambas están dirigidas a todos los hombres de buena voluntad. Esto refleja, más allá del extraordinario contenido, uno de los principios centrales de su Papado: “una Iglesia en salida”, una Iglesia que abrace y no rechace.
También, desde lo personal, tuve la gracia de tener encuentros con el Papa Francisco, tanto en mi carácter de rector como acompañado de mi familia. Después de 35 años, al presentarme, me saludó con mi nombre y apellido, me permitió presentarle a mi familia, enseñarle cosas de la universidad y del complejo educativo Ceferino Namuncura de Yapeyú, recordar "amigos en el Señor" y permitirme que le diera un abrazo.
En una oportunidad, le había hecho llegar una carta un día antes del Encuentro de Rectores de la Red de Universidades de América Latina y el Caribe para el cuidado de la Casa Común. Al día siguiente, cuando me acerco a saludarlo; no solo me agradeció la carta sino su contenido. Ya se había hecho “un tiempito” para leerla. Eso era Francisco: "non coerceri a máximo, contineri tamen a minimo, divinum est"(1). Un hombre con capacidad de ocuparse de las grandes cosas como es un Papado y, al mismo tiempo, estar atento a lo pequeño, al pobre, al excluido, en síntesis, a las periferias.
REUTERS/Kai Pfaffenbach
Nota:
(1) “no tener límite en lo grande, pero concentrarse en lo pequeño” o, también, “cosa divina es no estar ceñido por lo más grande y, sin embargo, estar contenido entero en lo más pequeño”. Esto significa que, para ser divino, lo más grande y lo más pequeño tienen que ir juntos, complementarse, remitirse mutuamente
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